martes, 13 de julio de 2010

¿Cuánto es lo suficientemente al Norte?

Hay un lugar más allá del fantasma del silencio, cerca del Círculo Polar y del fin del mundo.
Un sitio donde sobrevivir.


No estoy seguro de su situación exacta, juraría que cambia con los vientos polares. A veces no lo encuentro por mucho que busque y otras veces aparece de improviso. Lo veo en unos labios, entre unas piernas, en una mirada, en Madrid, Nueva York, África, la remota Kamchatka o en un cabo al oeste de Islandia. Todo depende del día y de si me arrastra el Poniente o el Siroco.



El sitio del que os hablo es una zona de acantilados y playas al borde mismo del fin del mundo, el último reducto emergido antes de la eternidad oceánica. No es un sitio muy habitado pero tampoco reina la desolación, más bien podría decirse que es lugar tranquilo.

Toda la atmósfera de la vida queda definida por el gigantesco horizonte, donde cielo y océano se disputan la inmensidad. Cuando la vista se pierde en la lejanía llegas a comprender que más allá no hay nada, que ya no vislumbrarás África si miras lo suficiente, sólo el mar. De este modo la tierra que pisas pierde todo el protagonismo, convirtiéndose en una pequeña extensión del agua que te rodea.

Las aves siembran toda la costa de pequeños y medianos fragmentos de cristal de diversos colores, y aunque nadie sabe cual es la razón de este comportamiento a veces algunas personas les ayudan en su interminable labor.
Tengo algunas teorías sobre la finalidad de estos constantes vuelos que en algún otro momento me gustaría poner en común. Pero debéis entender que importa poco, que sea cual sea, algún o ningún motivo, ocurre, y ahí radica la maravilla del hecho.

El agua está fría, pero no lo suficiente como para impedir bañarte. Si haces un pequeño esfuerzo puedes pasear por la orilla y sumergirte en el mar a cualquier hora, incluso por la mañana temprano, con la salida del Sol, que es cuando más tranquilo está todo.
Las velas que se recortan contra el horizonte son siempre triangulares, latinas, y sorprendentemente se pescan muchas sardinas por la zona.

Y la luz. La luz, es la última protagonista de este nórdico imperio. Luz solar o lunar alternativamente sumergiéndose en el océano y luz de las estrellas reflejándose en el cielo. Probablemente uno de esos espectáculos que no puedes dejarte morir sin haber contemplado por lo menos una vez.



Esto es todo lo que sé, el resto sólo puedo imaginarlo. Me gusta pensar que allí se desayuna siempre tostadas con mermelada, una taza de café bombón muy caliente y una bonita sonrisa.






Sería maravilloso poder coger uno de esos sucios trenes y DESAPARECER

viernes, 9 de julio de 2010

Cinema Paradiso

–¡Totó, llévame al mar! –susurró el viejo al otro lado de la pantalla.
–¡Venga Miquel, llévame al mar! –me dijo ella, quemándome al contacto con su piel ardiente –. Llévame al mar y cuéntame una de esas historias de marineros anarquistas y de guerrilleros locos. ¡Vamos! Que hace tiempo que me debes una buena historia de amor.
Me acurruqué en el sofá e intenté concentrarme en el viejo ciego, que ahora paseaba junto a las olas. A mi lado podía oler sus labios, tan cerca, acelerando por momentos el ritmo de su respiración. Sus vapores me embotaban los sentidos impidiéndome atender siquiera un poco a la televisión.
–Así no hay quién se enteré de la película –le reproché falsamente.
Fue entonces cundo se acercó y casi rozando sus labios con los míos me soltó:
–Venga hombre, ¡No te hagas de rogar! –rápidamente se retiró sin haberme besado, fingiendo un repentino interés por lo que ocurría en la pantalla.

¿Que qué hice? ¿Pues qué iba a hacer carajo? Imagínate, con unos ojos así cualquiera le dice que no a la chiquilla. Al mar, a Roma y al fin del mundo si hiciera falta.