miércoles, 23 de junio de 2010

Cantinela de un verano pasado

Todos se olvidaron de aquellos tiempos, tan lejanos hacia atrás. Ni tan siquiera los más ancianos recuerdan, ya que aunque quedó testimonio en los cuentos populares de su niñez el ritmo frenético de vida moderna nos hizo olvidar como escuchar, como recordar.
Nadie recuerda.
Bueno, casi nadie...


Una vez, en un tren de esos que ya no quedan, con sus compartimentos y todo, coincidí con uno de los hombres más interesantes y misteriosos que jamás he conocido.
A algunos ya os he hablado de él, un señor tipicamente inglés, no excesivamente alto y siempre con un sombrero bombín y una gabardina negra. A otros, no he sido yo quién os lo contaba, si no un tal Ende al final de su relato sobre la vida de Momo. 

De una u otra manera, resulta que en aquel tren nocturno, camino del norte no teníamos muchos pasatiempos, ya que el cielo estaba encapotado y la única luz visible era la flecha anaranjada sobre los raíles.
Envueltos en este ambiente opresivo todos intentamos dormir un poco, intentamos olvidar que todo fuera de nuestro habitáculo era oscuridad. Algunos cayeron, pero la mayoría no conseguíamos conciliarnos con el sueño. ¡Imaginaos! ya en aquel entonces empezábamos nuestra andadura de insomnes.

Sin previo aviso, el hombre del sombrero, que llevaba toda la noche sin decir nada mirando por la ventanilla (convertida en espejo debido a la oscuridad exterior) se levantó y con un silencioso gesto nos reunió a su alrededor.
De un bolsillo de la gabardina se sacó un pequeño papel fotográfico doblado varias veces sobre si mismo. Tras mirar durante largo rato su amarillento recuerdo levantó la vista, y bajando la voz susurró:
- Está oscuro ¿verdad?
Pues habéis de saber que hubo un tiempo en que la Luna estaba tan cerca de la Tierra que podía aparecer en cualquier momento por debajo de las nubes, y si acercábamos una escalera lo suficientemente grande...

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