martes, 5 de octubre de 2010

Los lunes de octubre

A ciertas horas debería estar prohibido coger el autobús,
cuando la tarde pre-otoñal trata de fundirse con la noche
y por las ventanas se pierden los transeúntes abajo y arriba
apurando los últimos minutos de actividad callejera.

El tiempo parece entonces correr en todos los sentidos
y los momentos se vuelven de una eternidad instantánea.
Así mientras esperas tu parada, la última, como siempre, 
un nombre se dibuja en los nudillos aferrados al asiento.

La oscuridad transforma su timidez inicial en voracidad
engullendo un alma tras otra a los dos lados del cristal.
Las calles comienzan a olvidarse de la ciudad y sus redes
tendiendo abismos a los incipientes noctámbulos.

Y es entonces, cuando no queda nada a tu alrededor
y el autobús recorre carreteras sin sentido ni rumbo,
entonces al observar el vacío del mundo fuera de él
comienzas a comprender que lo único que existe
es un nombre grabado a fuego en los nudillos
de tanto escribirlo entre susurros...

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